En el libro Isabel Allende Vida Espíritus (de la editorial
Plaza y Janes, 1998) Isabel Allende confiesa: “La escritura es para mí un
intento desesperado de preservar la memoria. Soy una eterna vagabunda y por los
caminos quedan los recuerdos como desgarrados trozos de mi vestido. Escribo
para que no me derrote el olvido y para nutrir mis raíces, que ya no están
plantadas en ningún lugar geográfico, sino en la memoria y en los libros que he
escrito”.
La escritora
chilena con frecuencia busca inspiración, ante la página en blanco cerrando los
ojos por un instante, regresa a la cocina de la casa donde se crió y a las
extraordinarias mujeres que la formaron: Su abuela la enseñó a leer los sueños,
su madre, quien todavía la obliga a mirar los acontecimientos por detrás y a la
gente por dentro, las viejas empleadas que le trasmitieron los mitos y leyendas
populares, iniciándola en el vicio de las radionovelas, y sus amigas feministas
que en los años 60 conspiraban para cambiar el mundo, las periodistas que le
dieron las claves del oficio.
“De ellas aprendí
que la escritura no es un fin en sí mismo, sino un medio de comunicación“,
afirmó la autora de La Casa de los
Espíritus. El tiempo se
ha encargado de probar que Isabel Allende es una escritora de verdad. De ello
dan cuenta las muchas ediciones que en diversos idiomas se han hecho de sus
novelas y el entusiasmo que siguen despertando en el público lector sus novelas
“La casa de los espíritus”, “De Amor y de Sombra”, “Eva Luna”, y “El plan
Infinito” traspasan el interés del contenido, llamando mucho la atención la
forma como ella cuenta sus historias, sin ningún rebuscamiento, con hondura y
simplicidad, y con un gran dominio del lenguaje que le permite crear imágenes
de insuperable plasticidad y colorido.
De todas sus
novelas La Casa de los Espíritus es
la más importante, no solo por el gran éxito que alcanzó convirtiendo a la
autora en noticia, sino porque sigue atrapando a nuevos lectores que la leen
encantados. Lo fascinante no es solamente la historia
contada, sino la forma y el estilo con que es contada, con sencillez y naturalidad,
fluye la historia, en el ejercicio de una prosa cristalina, bien labrada y adecuada a una estructura
narrativa de insuperable plasticidad y movimiento.
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